Samuel
Joaquín Flores
Soy un predicador que centraliza su actividad
en la difusión del evangelio cristiano
dentro y fuera del país; entiendo
y practico la honestidad como responsabilidad
básica de mi administración
pastoral.
En los 33 años de gestión
al frente de esta Asociación Religiosa,
me he entregado a propagar los valores cristianos
y patrios, así como el derecho a
la vida y a la libertad, en el marco de
nuestras leyes. En consecuencia, los cientos
de miles de personas que han aceptado esta
doctrina en 29 países, disfrutan
de estabilidad e indiscutible superación
en su nivel de vida, lo cual se ha traducido
en beneficios concretos para ellos mismos,
para su familia, para la comunidad donde
radican y para el país donde residen.
Por lo tanto, hemos ganado una imagen aceptable
y positiva ante el gobierno, el medio educativo,
asociaciones civiles y ante la sociedad.
Recientemente, ciertos medios de comunicación
han dado espacio a denuncias calumniosas
sobre delitos sexuales que algunos exmiembros
de esta comunidad dicen haber sido víctimas.
Todas las personas que por sus propias convicciones
se separan de una organización social
o religiosa, aseguran que las razones de
su retiro por absurdas que sean son justificables,
sin embargo, cuando su salida está
orientada en el resentimiento, reclaman
venganza, y entonces para disculparse, difaman,
mienten, denigran, e inventan falaces argumentos
para lograr imagen de víctimas. Es
muy lamentable que en nuestro medio social
"todo acusado es culpable hasta que
no demuestre lo contrario". Este aforismo
califica al presunto como culpable a priori
y a los acusadores como mártires.
Generalmente las calumnias obedecen a patrones
de conducta ya establecidos socialmente;
si se trata de un funcionario público,
se le califica como corrupto, al político
como demagogo al líder religioso
como abusador sexual.
En mi situasión actual, las calumnias
de que he sido objeto han adquirido trascendencia
sensacionalista, porque las acusaciones
son propiciadas en el marco religioso y
hay una natural predisposición morbosa
de curiosidad malsana; como si todo misionero
evangélico, por el sólo hecho
de serlo, fuera un pecado y en éste
llevara la penitencia. Abusos sexuales son
actos denigrantes que lesionan gravemente
no sólo a las víctimas sino
a la dignidad humana, LOS CONDENO Y REPRUEBO
ENERGICAMENTE. Esas prácticas deben
castigarse con toda la fuerza y el peso
de la ley. Los actos bochornosos que irresponsablemente
me atribuyen son inaceptables e indignantes,
derivados de mentes sucias y perversas que
recurren al protagonismo, atreviéndose
en sus desviaciones morales hasta describir
los "detalles" para que las calumnias
inpacten, sorprendan y desconcierten aún
mas. Los delitos de orden común,
lo son en cuanto hay evidencias, pero estas
acusaciones de supuestos actos cometidos
hace más de diez años, carecen
de pruebas, son argumentos repugnantes que
desprestigian a quien los expresa en ese
lenguaje de burdel, abominable y execrable,
no por los terminos mismos, sino que usados
como pirotecnia verbal, orientan a la condena
pública. Para defenderse de la rabia
de la calumnia, se requiere estar infectadode
la misma, porque nadie en sano juicio enfrenta
al perro rabioso para desafiarlo, porque
sabe que el virus no se extermina en ningún
caso.
Si la mejor defensa es el ataque, en este
caso, me resisto a aplicar esa estrategia,
porque la calumnia se alimenta de rencor
y odio, se sabe cuándo se inicia,
pero se desconocen sus límites, porque
degenera en una espiral interminable que
llega a lo protervo y lo depravado, formas
corrosivas que nacen solamente en mentes
degeneradas. Ante esta guerra sucia, el
enfrentamiento no es recurso de solución,
mi mejor argumento de defensa son las acciones
de mi vida, expuestas abiertamente ante
mi esposa, mis hijos, mi familia y los ministros,
cercanos colaboradores, que hubieran sido
los primeros en impugnar cualquier bajeza;
ellos son testigos idóneos y los
más implacables jueces. Ante todos
ellos y la opinión pública,
con humildad afirmo, soy humano y tengo
equivocaciones pero ningún acto inmoral
de que avergonzarme. El acusador sabe que
calumniar para acusar es enlodar, y el acusado
sabe que defenderse es someterse; es aceptar
inplícitamente ese juego ominoso
de perversión que goza de intriga
y termina en el acoso. Ni cobardía,
ni debilidad en mi determinación
a callar o guardar silencio, es evitar forcejeos
verbales a los que me niego y me resisto
porque es caer en un círculo vicioso
en el que mis detractores encontrarán
siempre un pretexto perverso para tergiversar
lo honesto. En el transcurso de los últimos
meses, desde que se inició este hostigamiento
en la ofensiva del descrédito, no
ha sido aportada prueba alguna, ninguna
evidencia, nada se ha constatado, lo que
comprueba que calumniar es una trampa de
descomposición moral.
Defiendo
con pasión la verdad de la doctrina
cristiana, los valores humanos y ataco inflexible
la mentira, la injusticia, la ignorancia,
la inmoralidad, el desenfreno. Reitero,
no me interesa la defensa ante la calumnia,
porque la integridad de una vida no se defiende
con palabras, la integridad no se concede,
la integridad no se otorga, la integridad
se gana, se gana con acciones, en el ejercicio
de la responsibilidad, y en la conducta
diaria del cumplimiento del deber. Lo paradójico
y ridículo es que, los impugnadores
en su afán de exhibirme ante el tribunal
público, también denigran
a las autoridades judiciales y administrativas
afirmando que hay contubernio porque no
"actúan". Si las calumnias
que me atribuyen tuvieran fundamento, dejarían
de ser calumnias, para convertirse en verdades
en las cuales la ley hubiera sido aplicada
según el derecho, desde hace tiempo.
Todas mis acciones están a la luz
pública, sigo difundiendo el evangelio,
sigo divulgando el derecho a la libertad
y el respeto a la vida, sigo en mis viajes
pastorales en el interior del país
y en el extranjero y sigo manifestando convencido
que, mejores cristianos son mejores ciudadanos.
En mi ánimo personal no hay venganza,
ni amenaza a mis detractores, no hay intimidación
ni persecución, porque mis actos
justifican la honorabilidad de mi vida.
Me debo a la responsabilidad de la predicación
del evangelio y a la comunidad que sigue
firme en la doctrina de Cristo. A mi familia,
a mis colaboradores, a los cientos de miles
de fieles, y a los que me dispensan su simpatía,
gracias por apoyarme en la entrega sin reservas
por un ideal... La Fe Cristiana.
SAMUEL JOAQUÍN FLORES
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